Hace unos días le conté que soñé que llegaba a casa de mis padres y mi hermano estaba molesto, porque mi padre había sacado con la mano un trozo del brazo de reina que había hecho mi madre. A mí no me sorprendía.
La mesa estaba llena de diversos pasteles que ella había hecho. Tal vez porque el tema se me ha hecho recurrente, y ando pensando en lo noble que es la harina y hacer pan, en conectarme con mi abuela Lupa, su madre y esa herencia de muchas mujeres de antes, que cocinaban, a diario, mucho y, para más remate, rico y que, sin querer queriendo, formaban una especie de reinado, o era así la forma de creer y querer reinar en una casa machista, a través del total dominio del alimento.
Hoy se cumple otro natalicio de Gabriela Mistral, y me acordé de una ilustración que hice hace un par de años y en ese tiempo tenía ganas de liberarme, tal vez liberarme de la cocina, cuestionándome nuevamente lo hogareño, y me inspiré en esa poesía que en el colegio se nos enseñaba y que después teníamos que recitarle a la profesora. Todas íbamos a ser reinas, como una premisa, una promesa rota, como ese trozo propio que falta, que otro lo quitó, y se desea recuperar en el pastel o haciéndolo. El trocito de brazo de reina.

